En el emocionante día 96 del Desafío XX, los participantes enfrentaron una de las pruebas más complicadas y exigentes de la competencia: el temido Box Blanco. Bajo la atenta mirada de Sebastián Martino, el juez del Desafío, los desafiantes de la semana se prepararon para un reto que pondría a prueba no solo su fuerza física, sino también su capacidad para trabajar en equipo, su resistencia mental y su precisión.

Desde el inicio, se podía sentir la tensión en el aire. La preparación para esta prueba había sido intensa, y los participantes sabían que cualquier error podría costarles caro. Martino, con su característico tono serio pero justo, les explicó a los desafiantes los pormenores de la prueba, mientras ellos escuchaban con atención, asimilando cada detalle que podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

El Box Blanco era una prueba por relevos, un tipo de desafío que exige no solo la habilidad individual, sino también una coordinación perfecta entre los miembros del equipo. El recorrido que Martino describió estaba lleno de obstáculos que requerían precisión y un equilibrio impecable. Cada equipo debía elegir a un miembro para iniciar la prueba, y el comienzo sería crucial para establecer un ritmo que pudiera mantenerse durante todo el desafío.

La primera etapa del recorrido involucraba colgarse de un aro y pasar a una plataforma que se movía con cada paso. Este tramo inicial ya presentaba una dificultad considerable, ya que los participantes debían mantener la calma y moverse con cuidado para no desestabilizarse y caer. La plataforma, diseñada para balancearse con cada movimiento, se convertía en un verdadero reto para los desafiantes, quienes sabían que un paso en falso podría costarles valiosos segundos.

A continuación, debían avanzar hacia otro aro y de ahí hacia una nueva plataforma. Cada paso exigía precisión y control, pero la verdadera prueba venía al enfrentarse a la cuerda. Martino advirtió que, para pasar de una plataforma a otra, debían apoyarse en las orejas de la cuerda, moviéndose de la manera más eficiente posible. La clave, según explicó, estaba en avanzar por el centro, donde la cuerda se movía menos, minimizando así el riesgo de caer. Sin embargo, si los desafiantes optaban por colgarse en los extremos, la cuerda se balancearía más, aumentando la dificultad.

El siguiente obstáculo consistía en pasar a través de un triángulo, un tramo que parecía sencillo, pero que ocultaba una trampa: la inclinación. Martino mostró cómo el triángulo se inclinaba más si se agarraban de los extremos, y les recomendó pasar por el centro para evitar movimientos bruscos. Los participantes sabían que la concentración sería esencial en este punto, y cada uno visualizaba mentalmente cómo superar este obstáculo sin perder el equilibrio.

Una vez superado el triángulo, los desafiantes llegaban a un tronco, que debían cruzar ayudándose de una cuerda floja. Aquí, la tensión de la cuerda era clave. Si los participantes no lograban mantenerla tensa, el tronco se sacudiría, poniendo en riesgo su estabilidad. Paso a paso, tenían que moverse con cuidado, sabiendo que cualquier error podría hacerlos caer y obligarlos a regresar al inicio del obstáculo.

El recorrido continuaba con una subida por una malla hasta una plataforma superior, donde los participantes debían tocar una campana para indicar que habían completado su tramo del relevo. Martino les recordó que, si caían en cualquier punto, tendrían que regresar al inicio y rehacer el tramo, lo que podría significar una pérdida considerable de tiempo.

Una vez que el primer desafiante tocaba la campana, era el turno de su compañero de equipo, quien repetía el recorrido hasta llegar a la campana nuevamente. Sin embargo, la prueba no terminaba ahí. El último tramo del desafío consistía en bajar por una escalera hasta un baúl, abrirlo y utilizar unas bolsas de arena para girar las caras de un tablero hasta que todas mostraran el logo del equipo.

Este último obstáculo requería una combinación de fuerza y precisión. Cada participante tenía que lanzar las bolsas con la suficiente fuerza y exactitud para girar las fichas del tablero. Martino explicó que debían tener mucho cuidado, ya que un tiro errado podría girar una ficha ya completada, obligándolos a rehacerla. La estrategia aquí era crucial: uno de los desafiantes debía completar las primeras cinco fichas, mientras que el otro se encargaba de las restantes. Cualquier error en la coordinación podía costarles la prueba.

Martino aclaró que, una vez que un desafiante completara sus cinco fichas, no tendría que volver a bajar. Si el segundo desafiante cometía un error y giraba las fichas ya completadas, tendría que arreglarlo él mismo, ya que su compañero habría cumplido su parte. Este detalle añadía un nivel extra de presión, ya que los participantes sabían que un error al final podría arruinar todo el esfuerzo previo.

Además, los desafiantes podían lanzar las bolsas desde cualquier punto de la escalera, e incluso regresar al baúl para recoger más bolsas si se quedaban sin ellas. Sin embargo, Martino les advirtió que en ningún momento podían tocar el piso, ya que esto los obligaría a rehacer todo el tramo de la prueba. La presión aumentaba con cada lanzamiento, mientras los equipos intentaban completar el tablero lo más rápido posible.

El primer equipo en completar el tablero con todas las fichas mostrando el logo de su equipo y regresar a la plataforma de inicio sería el ganador de la prueba. Martino les recordó que la precisión y la calma serían fundamentales para evitar errores que pudieran costarles la victoria.

A medida que Martino terminaba de explicar la prueba, los desafiantes se preparaban mentalmente para el reto que tenían por delante. Sabían que la prueba del Box Blanco no solo requeriría fuerza física, sino también una estrategia bien pensada y una coordinación impecable entre los miembros del equipo. Cada segundo contaba, y cualquier error podría significar la diferencia entre la victoria y la derrota.

La tensión aumentaba mientras los equipos se preparaban para iniciar la prueba. Cada participante revisaba mentalmente las instrucciones de Martino, consciente de que necesitaban ejecutar cada movimiento con precisión para evitar caer o cometer errores que pudieran costarles tiempo valioso. El Box Blanco era una prueba diseñada para sacar lo mejor de cada desafiante, y solo aquellos que lograran mantener la calma bajo presión tendrían la oportunidad de salir victoriosos.

El ambiente estaba cargado de nerviosismo, pero también de determinación. Los desafiantes sabían que esta prueba podía ser decisiva en su camino hacia la victoria en el Desafío XX. La competencia estaba en su punto más alto, y cada equipo estaba dispuesto a darlo todo para asegurarse un lugar en la siguiente fase de la competencia.

La prueba comenzó con un estallido de energía. Los primeros desafiantes se lanzaron al aro, avanzando rápidamente hacia la primera plataforma. El balanceo de las plataformas añadía una capa de dificultad inesperada, pero los participantes demostraron su habilidad para mantener el equilibrio y avanzar sin caer. Las cuerdas, a pesar de ser un obstáculo complicado, fueron superadas con éxito por la mayoría, gracias a las recomendaciones de Martino de avanzar por el centro para minimizar el movimiento.

El triángulo y el tronco se presentaron como los mayores retos del recorrido. Algunos desafiantes se encontraron en dificultades, pero la mayoría logró avanzar con cuidado, utilizando las cuerdas de apoyo de manera eficiente. La subida por la malla y el toque de la campana fueron un alivio temporal, pero todos sabían que el verdadero desafío aún estaba por venir con el tablero de fichas.

El lanzamiento de las bolsas se convirtió en una prueba de paciencia y precisión. Los desafiantes lanzaban con cuidado, intentando no errar y girar fichas ya completadas. La presión aumentaba con cada lanzamiento, mientras los equipos luchaban por completar el tablero lo más rápido posible.

Finalmente, un equipo logró completar el tablero y regresar a la plataforma de inicio. El sonido de la campana final marcó la victoria, y la alegría fue inmediata. Los ganadores celebraron con efusividad, sabiendo que habían superado una de las pruebas más difíciles del Desafío XX. Mientras tanto, el equipo perdedor reflexionaba sobre sus errores, sabiendo que cada detalle cuenta en una competencia tan exigente.

El Box Blanco se consolidó como una prueba que demandaba lo mejor de cada desafiante, poniendo a prueba no solo su fuerza y habilidad, sino también su capacidad para trabajar en equipo bajo presión. La lección más valiosa de este desafío fue que, en el Desafío XX, cada segundo y cada movimiento cuenta, y solo aquellos que logran mantener la calma y ejecutar con precisión tienen la oportunidad de avanzar hacia la victoria final. Con el Box Blanco superado, los desafiantes sabían que los retos que les aguardaban serían aún más exigentes, y que solo los más fuertes y determinados llegarían al final de esta intensa competencia.